El joven que no se va a morir



No me voy  morir, cantaba hace poco una canción que parecía en esta pequeña frase exponer la expectativa del colectivo juvenil actual. Este artículo no es una crítica ni mucho menos una generalización, si fuera así yo sería el primer en recibir la pedrada pues para escribir esto antes que ver hacia fuera tuve que mirar hacia dentro. En los ambientes juveniles pasamos recientemente de la muy conocida sociedad plástica engullida por el dragón del materialismo a una sociedad líquida donde todo lo definitivo ha quedado en la arbitrariedad. Ya ni siquiera contamos con la frialdad  de la superficialidad que pone al joven después de tocar fondo en encuentro con valores más altos, ahora vivimos la tibieza de no tomar bandos  y quedarse en un intermedio acallador de consciencias que nos estanca en un hoy eterno.


El joven hoy sufre del dolor que llega más profundo: el dolor silencioso y sistemático del sinsentido. No se le ofrece a la juventud un “más allá”, reina un inmediatismo devorador que se engulle los sueños del futuro y anestesia el pasado haciendo que el joven se aísle en el limbo del aparente oasis que causa el estancamiento de las manecillas del reloj. El joven de hoy perdió su felicidad pues ya no toma decisiones para toda la vida, el éxtasis instantáneo de momentos aislados le da una alegría que queda suspendida según las circunstancias: el joven es feliz hasta la próxima fiesta, el próximo partido de fútbol, la próxima elevación que le ocasione su adicción, el próximo aparato electrónico o el próximo momento de placer. Decidir para toda la vida nos parece irónicamente inseguro y poco llamativo ante el humo, espejos y brillos en los que nos envuelve la sociedad actual.


Las mismas manifestaciones de la juventud actual hablan a gritos de esta realidad, para muchos la cultura juvenil actual es aparentemente indefinible por su constante cambio, pero no es así, basta con observar y también encarnarse en esta realidad para comprenderla. Un ejemplo es la subcultura hipster que lucha por no ser definida y a la vez busca inspirarse en lo no definido, más grande que todos-incluso que si mismos- es un disfraz nuevo de una corriente muy vieja de los  que no satisfechos con lo que hay se conforman con su inconformidad. La subcultura hipster sería la fotografía instantánea del inmediatismo, que discrimina lo que no es propio sin tener muy claras sus propias dimensiones. El inmediatismo se hizo estética y está ante nuestros ojos, la inconformidad se hizo grito de guerra que se nos lanza todos los días, el sinsentido se materializó y se nos ofrece en la realidad.


Otro fenómeno digo de observar es la obsesión con lo vintage (definible como lo “antiguo”), la búsqueda descarada de implantar en los jóvenes lo viejo en lo nuevo. Subyace muchas veces detrás de esta estética la idea de  “todo tiempo pasado fue mejor”, es una forma de estancar el presente trayendo el pasado de vuelta. Pero más que una nostalgia excesiva del pasado la fascinación con lo vintage demuestra un miedo o una indiferencia del joven hacia el futuro, antes que crearnos nuestros propios sueños hacemos propios lo que soñaron otros. Es también entrar en el círculo debilitante de adueñarse de un pasado ajeno para no enfrentar el pasado propio, para enterrar viva una vida que se dispare a lo eterno.


Las tendencias en las redes sociales también evidencian la espiral existencial en la que cae la juventud actualmente en su camino. Los autorretratos o “selfies” que inundan las redes sociales son un símbolo de este querer absolutizar cada momento: es un mecanismo de respuesta del joven no solo en busca de atención sino en una subconsciente búsqueda de trascendencia con los medios intrascendentes que les proporciona el mercado actual. Detrás de cada selfie hay un joven en búsqueda: de un ideal no realizado, de una atención no encontrada, de una apariencia que no es propia. Los jóvenes intentan inconscientemente de congelar lo ideal en una imagen, de reflejar en esa fotografía lo que desean sus corazones en ese momento y de cómo el mundo tecnológico en el que están inmersos no les da ninguna respuesta válida a lo que verdaderamente aspiran.


Detrás de muchas apariencias se muestra una juventud que se ha perdido en su propia propuesta: las modas y estilos se han convertido en corazas que se imponen para ser aceptados en lugar de medios de expresión que proponen una forma de ser. El joven ha sido tragado por su propia creación y se ha quedado sin balas para defenderse, parece que solo le quedan dos caminos: conformarse o reinventarse. Y esta es la maravilla del ser joven, que no es un estado cronológico sino actitudinal que permite una constante evolución hacia la plenitud. El joven debe ser un signo de esperanza en la sociedad actual, que refresque sus realidades, el joven debe ser una propuesta nueva de valores eternos en lugar de una errante estética moribunda del pasado. No debemos ser rebeldes sin sentido destinados a la nada o a defender utopías que privan al hombre de su dignidad, debemos ser ejemplos de una vivencia auténtica de lo que creemos y de lo que ha transformado nuestras vidas para bien, abanderarnos por todo aquello que le dé sentido a la vida del hombre y la mujer de hoy y nos haga a todos más plenos. Los jóvenes no somos emblemas del pasado o estatuas del presente: somos la fuerza transformadora del futuro.


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