No voy a ir a la JMJ en Panamá


¿Por qué no voy a ir a la JMJ?

Así como lo escribí y sin rodeos:  simplemente no voy a estar presente (al menos físicamente) en la tan esperada JMJ Panamá 2019. Pero me gustaría compartir mis razones, pues esta es una decisión que dista mucho de ser egoísta.

Como saben por nuestra cercanía con Panamá, y por ser la primera vez de ser esta una JMJ esencialmente “centroamericana”, se despertó el ánimo y el deseo de masas de jóvenes costarricenses de ir al encuentro con Cristo a través de la persona del Papa Francisco a tierras panameñas. La universalidad de la Iglesia, su catolicidad, se respirará en las calles de Panamá a finales de este mes.
Siendo un agente de Pastoral Juvenil por varios años ya, se esperaba que mi respuesta natural de ir a Panamá fuera un sí rotundo. Además, y Dios lo sabe que así es, desde la JMJ de Madrid en el 2011, veía desde mi casa con lágrimas en los ojos la experiencia de fe vivida por jóvenes alrededor del mundo en las jornadas y anhelaba con todo mi corazón estar ahí, pero enfrentando mi realidad, una inscripción de cientos de dólares y un tiquete de avión a Madrid, Río de Janeiro o Cracovia; era un sueño que no podía tocar ni con la punta de mis dedos. Aun así, el Espíritu Santo se encargaba de realizar en mí, como estoy seguro en muchos más, una experiencia más profunda de fe: la de creer que formábamos parte de esa misma Iglesia congregada alrededor del Papa, que estábamos unidos a ellos por vínculos más fuertes que los de la presencia física en ese lugar.

Desde que se anunció la JMJ en Panamá tuve en mi corazón un sentimiento diferente a aquel que esperaba tener ante una buena noticia así: no fue la emoción con lagrimas en los ojos de verme en Panamá, sino sentí como de Dios mismo recibía una paz incomparable mostrándome que tal vez no iba a estar con estos millones de jóvenes en Panamá. Con el pasar del tiempo e intentando discernirlo lo mejor posible, creo que no estaba equivocado.

Hay varias razones que Dios me ha venido mostrando, sin un orden lógico las presento. La primera razón responde a mi misión y mi llamado, y esta razón es tan personal como puede ser, por lo que pido sea leída sabiendo que la aplico a mi experiencia propia y que no es en lo mínimo mi intención aplicarla a alguien más. Dios me ha llamado a servirle en medio de los jóvenes de mi diócesis y mi parroquia, mi lugar está en medio de ellos. Al menos en mi parroquia, no es ni siquiera el 1% de los jóvenes de Iglesia los que asistirán a la JMJ. Las causas son muchas: el factor socioeconómico es el primero (un viaje e inscripción que juntos fácilmente llegan en su modalidad más sencilla a los $500, más los gastos extra que todo esto conlleva); a esto se suma que muchos jóvenes trabajan y sacar una semana entera (si no más) de vacaciones es un derecho que no todos se pueden dar, y tantas causas personales como jóvenes hay. Como ya lo dije, mi lugar desde mi servicio está en medio de los jóvenes que sirvo, y si la mayoría de los jóvenes de mi parroquia y mi diócesis no podrán ir a la JMJ en Panamá y se quedan aquí, aquí me quedaré yo acompañándolos a ellos.

Y de esto se deriva mi segunda razón por la cual no iré a Panamá: estos jóvenes que no irán necesitan ser acompañados, guiados; necesitan que se les diga que el no estar presentes en Panamá no los hace menos Iglesia que aquellos que si lo estarán, que no tienen que ver en una pantalla lo que acontece en la JMJ con lágrimas en los ojos y pesadez en el corazón pensando que son “católicos de segunda clase” por no reunir las condiciones para estar en Panamá, porque no es así.

También veo como hay tantos jóvenes que merecen ir a Panamá y no irán, animadores de PJ que han vencido aguaceros, gritos, malos tratos; que han acompañado jóvenes por años y les han anunciado sin descanso a Jesucristo. Han compartido sus sueños, han "llorado con los que lloran y reído con los que ríen", han perdido trabajos, los han asaltado, se han burlado de ellos, han entregado su tiempo personal, han vivido y se han desvivido por amor a Cristo presente en los jóvenes que acompañan. Y por muchas razones ellos no podrán estar en Panamá, y yo por mi parte digo de corazón que me siento honrando de quedarme aquí al lado de ellos. 

Estar en la JMJ no es un privilegio, es una responsabilidad increíble, es responder a un llamado de lo alto. No es una actividad para vacacionar o un acto protocolario eclesial. A pesar de la facilidad que muchos tuvieron de saber que tenían el dinero suficiente y de sobra en su cuenta de banco para decir “¡Yo Voy!”, o de ver después de mucho sudor en su frente y ángeles en el camino como se iba concretando su sueño de ir a la JMJ; no se tienen que olvidar que su presencia en Panamá responderá a un designio divino, y no a un privilegio divino. Que los frutos de la JMJ deberán ser visibles en ellos mucho después que esta termine, que deben de volver a sus Diócesis desde Panamá con algo más que un bronceado en su piel. La mayoría de los jóvenes de su Diócesis no estarán en Panamá sino esperándolos en casa, y a ellos a hay que traer de vuelta la bendición que allá Dios los llevó a recibir.

Hace unos meses al visitarnos en nuestra Vicaría la Cruz Peregrina de la JMJ junto con el ícono de nuestra Señora Salus Populi Romani (los signos oficiales peregrinos de la JMJ en el mundo), y sabiendo la historia que cargan en ellos, no dudé en abrazar la cruz y besarla con todo mi corazón. Saber que en ella estuvieron las manos de tantos jóvenes, con sus luchas y sueños, persecuciones y esperanzas, preparándose para lo que se vivirá en Panamá, me llenó de esperanza.  Se estremeció mi ser sabiendo que esa cruz estará levantada en lo alto, atrayendo a los jóvenes de todo el mundo en Panamá. Un pedacito mío estará allá en esa cruz, en cada joven, en cada sacerdote y religiosa, en cada signo, hasta en el mismo Papa Francisco: el corazón de la Iglesia latirá esos días en Panamá, pero su vida llegará toda la humanidad.


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