La joven que desafió el mal
El libro de la reina Ester siempre
ha llamado mi atención, no solo es una clara muestra del genio femenino en
acción por defender a su pueblo, sino
una imagen clarísima de la actitud a tomar por todo aquel que hace suyas las
luchas de su pueblo, el que “ríe con el que ríe y llora con el que llora” (Rom
12,15). Esta es una mujer de “espléndida belleza”, que la conoce pero no
depende de ella, al contrario, declara que en el fondo ha puesto su confianza
en Dios y no en los dones con los que ha sido agraciada. También su poder como
reina es tomado desde Dios, pues reconoce su cargo como una expresión de la
voluntad de Dios. Así, no duda en humillarse y afear su apariencia cuando su pueblo
es perseguido para interceder por él ante Dios con una plegaria que nace de su
propio corazón.
Ester se encuentra en un estado
de “mortal angustia” por la suerte que corre su pueblo de la inminente aniquilación
que se les viene encima, ubicados en el Getsemaní luego de la Cena Pascual, nos
encontramos con Cristo en la misma situación de la reina, sufriendo un dolor
inimaginable por el pecado que ahora carga sobre sí mismo siendo completamente
inocente; tal parece que aquel angustioso trance es prefigura de esta redención
perfecta que se realiza en Cristo.
Una expresión que se repite en la
plegaria de Ester es “estoy sola”, pero siempre acompañada por otra expresión
de confianza en Dios: “Estoy sola y a nadie tengo, solo a ti”. ¿Será que una
reina, con pensamiento estratégico e influencias marcadas en reinos vecinos se
siente sola ante la inminente persecución de su pueblo? , ella en el fondo sabe
que las alianzas en este momento son inútiles ante la grandeza del poder de
Dios que la ha puesto a la derecha del rey por una razón, en el fondo ocupar el
trono para ella es un servicio y no un enajenante privilegio.
También aparece varias veces la
petición “líbranos con tus manos” y “líbranos del poder de los malvados”, en
esta verdadera penitencia autoimpuesta la reina reconoce la omnipotencia de
Dios, siendo ella pequeña reconoce que solo la acción acertada del “Dios de sus
padres” podrá librar a su pueblo de las amenazas. Pero Ester también comprende
hacia el final de su oración que igual como su pueblo necesita de Dios en ese
momento, ella también necesita ser librada de algo: “líbrame a mí de mi temor”;
la reina tiene que cumplir la voluntad de Dios, desde ser el instrumento del que Dios se valdrá para salvar a su pueblo
de las “fauces del león”, y lo único que se interpone entre ella y la voluntad
de Dios son sus miedos.
La reina Ester representa a los
millones de jóvenes que nos levantamos para liberar al mundo de la indiferencia
y el materialismo, que discernimos ahí donde Dios nos ha puesto el mejor camino
para llevar a los jóvenes a la libertad de las esclavitudes con las que el
mundo los quiere atar a una vida sin sentido. Camuflados en medio del mundo
como Ester, los cristianos debemos
vencer el miedo de encerrarnos en nosotros mismos y de no ir allá donde están
los rostros sufrientes de Cristo; de pie en la batalla ante las injusticias
pero humillados hasta el suelo ante Dios, descubriremos que el lugar donde la
luz debe brillar es justamente en la más profunda oscuridad.
Por eso hoy no tengamos miedo de
decir con la reina Ester:
Del libro
de Ester. 4, 17n-17u
«¡Oh Señor mío,
nuestro rey, tú eres el Unico! Ven en mi socorro, porque estoy sola y no tengo
más ayuda que tú, y debo arriesgar mi vida.
Desde mi nacimiento
aprendí de mis padres que tú elegiste a Israel entre todos los pueblos, y a
nuestros padres entre todos sus antepasados. Tú los nombraste tus herederos y
tú cumpliste con ellos tus promesas.
Pero luego pecamos
contra ti y nos entregaste en manos de nuestros enemigos porque habíamos
servido a sus dioses. ¡Tú eres justo, Señor!
Pero no les bastó con
ver nuestra triste esclavitud, sino que apelaron a sus ídolos para arruinar el
decreto que había salido de tu boca, para hacer desaparecer a tus herederos,
para cerrar la boca de los que te cantan, extinguir la gloria de tu altar y de
tu Templo.
Mira cómo los paganos
se aprestan a cantar la victoria de sus ídolos, a extasiarse sin cesar ante un
rey que no es más que un hombre. ¡Señor, no entregues tu realeza a los que son
nada! ¡Que nadie pueda reírse de nuestra desgracia! Que sus proyectos se
vuelvan en su contra y que lo que hagas con el que los trama en contra de
nosotros sirva de escarmiento.
Acuérdate Señor,
muéstrate en el día de nuestra prueba, y dame a mí valor, Rey de los dioses y
Señor de toda autoridad. Cuando esté ante el león, pon en mis labios las
palabras que le seduzcan, transforma su corazón para que odie a nuestro
enemigo, para que lo haga perecer junto con todos los que se le parecen.
En cuanto a nosotros,
que tu mano nos salve. Ven a socorrerme, porque estoy sola y no tengo a nadie
más que a ti, Señor. Tu esclava no ha conocido otra alegría más que tú, Señor,
Dios de Abrahán, desde el día de su coronación hasta ahora.
¡Oh Dios, tú que
superas a todos, atiende los ruegos de los desesperados, líbranos de la mano de
los malvados, y líbrame de mi miedo!»
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